RESPONSABILIDAD

Una vez asistí a un juicio oral en el que se sentaba en el banquillo de los acusados  a un atracador. Era un tipo sin escrúpulos con un largo historial de robos con violencia, hurtos y lesiones varias y cuyo último golpe había consistido en atracar a punta de navaja  a la dependienta de un comercio, consiguiendo tras numerosas amenazas  llevarse la recaudación del día. Los hechos manifestados por víctimas y testigos fueron claros y concisos en señalar al acusado como el autor de aquel robo. No obstante y como marca el proceso penal, el juez dio la última palabra al acusado tras escuchar al fiscal y al abogado defensor. El acusado viéndose acorralado admitió el hecho ante su desolado abogado, sin embargo en su alegato, relató sus más de veinte años en prisión y de como el sistema penitenciario no había logrado su objetivo de rehabilitarlo para la sociedad. Culpó a las instituciones penitenciarias de su fracaso personal y  que él merecía otro tipo de pena más acorde a su «problemilla» de apoderarse con violencia de las cosas ajenas. La huida de las responsabilidades de sus actos era patente y por supuesto la cara del juez dejaba claro y  sin lugar a dudas que semejantes palabras no engañaban a nadie.

Dese luego el mundo está lleno de atracadores, asesinos, violadores, estafadores y políticos corruptos. Pero si lo miramos de forma más global, aún está más repleto de unos personajes que pululan por nuestro alrededor y que se caracterizan por ser auténticos  escurridores del bulto, muchos de ellos consumados profesionales del «yo no he sido, es la sociedad la que me ha hecho así». Echar la culpa de la situación personal de uno mismo es la evidencia más clara del perdedor nato, del eterno niño con traje de adulto que se mueve por el mundo tratando de salir indemne de sus propios actos, incapaz de asumir su conducta o de ponerse en el lugar de los demás y empatizar con el otro.

La responsabilidad es asumir y hacerse cargo de la vida de uno mismo, tomar el control de las situaciones y admitir lo que nos sucede sin peros ni reproches. Nadie es perfecto y los fallos ocurren, pero los buenos profesionales y las personas adultas trabajan para lograr sus objetivos, planifican sus decisiones y evalúan los resultados, aceptan las consecuencias y no ocultan lo que no les gusta porque saben que lo que importa es mejorar y ser cada vez mejor en lo suyo, mejor en todos los roles que realizan en sus vidas y que han decidido asumir y llevar  a cabo.

De nosotros depende que clase de persona queremos ser, o bien ser de las personas que se dejan llevar por la corriente confiando en que la providencia les lleve a algún sitio seguro y confortable y donde los problemas afecten a los demás, o por el contrario navegar por la vida como hacen los buenos capitanes de navío, manteniendo la seguridad de su barco y dirigiéndolo con mano firme hasta su destino, trazando el rumbo consciente de los peligros y de los riesgos,  asumiendo su cargo y tomando el control de la nave cuando llegan las adversidades. Nadie puede asegurar que la desdicha no se cebara durante la travesía, pero desde luego prefiero la responsabilidad de un buen capitán que la desidia de un gandul, mezquino e infantil tipejo que se queja todo el día y echa la culpa a los demás de sus desgracias.

Así que si me dan a elegir, prefiero ser autor de mi desgracia y hacer un propósito real de enmienda, que ser un títere sin cabeza y sin voluntad que se deja llevar por los demás y así poder en caso de desastre echarles encima la responsabilidad a ellos de mis problemas. Asumir y tomar el control de mi situación es el primer paso para poner el rumbo que yo quiero  y llevar mi vida a donde de verdad quiero llegar.

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